lunes, 18 de enero de 2010

Declaraciones escandalosas


Hace ya un tiempo que no comento nada de la iglesia en general, ni de sus integrantes en particular. Pero ha llegado el momento de decir lo que creo que piensa una inmensa mayoría. Otra vez un obispo ha tenido la feliz idea de hacer declaraciones escandalosas con el silencio de la institución que lo ampara y acoge, y con la regañina infantil y encubridora de la derecha.

Me refiero naturalmente a las declaraciones del obispo de San Sebastián, monseñor Munilla de este pasado fin de semana en una emisora de radio, en las que dice que efectivamente lo ocurrido en Haití es una tragedia, pero que hay males mayores como la falta de valores a la que ha llegado la sociedad actual y la concepción materialista de la vida.


¿Se puede ser más inhumano? Creo que no. Y lo más incomprensible es que lo diga un obispo, un miembro de la iglesia que supuestamente debe ser más solidario con los males ajenos que cualquiera de nosotros. Ahora resulta que es peor dictar leyes a favor del aborto, o de la homosexualidad que la pérdida de miles y miles de personas a causa de fenómenos naturales.


Me gustaría saber el rasero que utiliza la iglesia para medir el concepto de vida. Cómo le preocupa más la evolución de la sociedad en querer un cambio natural de leyes que se adapten a lo que se demanda, que la valoración de una tragedia de la magnitud de la acontecida en Haití.


Luego quieren arreglarlo diciendo que han sido palabras tergiversadas por los medios, que no quería decir eso, y como de costumbre, algún político del PP los arropa manifestando que no han sido declaraciones afortunadas y que hay que tener cuidado porque todo se mira con lupa. Se le pasa la mano por el lomo, y ya está. Menos mal que el país vasco tiene la suerte de contar al menos con un lehendakari que no se amilana ante estas barbaridades y llama las cosas por su nombre sin importar de donde vengan.


Despues de todo ésto, ¿le extraña a la iglesia que la sociedad sea cada vez más agnóstica y atea? Munilla, (no le digo monseñor porque no me parece merecedor de ese título), desde aquí le manifiesto mi más profunda repulsa a su forma de ser y a su manera de predicar la palabra de Dios. Para inculcar valores, esos por los que está tan preocupado, hace falta tenerlos y distinguir prioridades. No creo que en sus homilías proclame el amor al prójimo, base del cristianismo, pero si lo hace, no quiero ni pensar el efecto contrario que debe producir teniendo en cuenta su forma de entender el evangelio.



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