miércoles, 26 de noviembre de 2008

Nuestros Mayores




Me encantan las frases célebres. Todas, absolutamente todas, tienen un mensaje subliminal, que no te deja indiferente. Me encanta leerlas, y sacarles todo el jugo posible, o simplemente, disfrutarlas.
Las hay de amistad, de amor, de humor, de desengaños, etc…, pero vuelvo a repetir, todas al leerlas me transportan a algún momento de mi vida, o a alguna circunstancia propia o ajena, de la que no se puede pasar indiferente.
Hace un tiempo, leí una de humor, o al menos así estaba clasificada, nada más lejos de la realidad. Decía: “ Sé bueno con tus hijos, ellos elegirán tu residencia “.
Que frase más triste, estaba en el apartado de humor, y me produjo una tristeza infinita. Por lo real y por lo cruel. Y eso me transportó a un episodio que viví y del que tengo un muy desagradable recuerdo.

Fue un fin de semana que volvía de Granada, de un viaje en primera instancia, feliz, pues venía de la boda de una amiga. Pero, cosas del destino, en vez de regresar directamente, otra amiga con la que viajaba, me dijo que íbamos a parar en un lugar para ver a alguien de su familia.
Como es natural, acepté, entre otras, porque venía en su coche. El caso es que nos desviamos por una urbanización preciosa, con unas casas de escándalo, verdaderas mansiones. Y en medio, una residencia de ancianos, de lujo, pero residencia para ancianos, al fin y al cabo. Cuando paró en la puerta de dicha residencia, me explicó, que el familiar al que venía a ver era su abuela. Que estaba allí a las mil maravillas, y que era lo mejor que le podía pasar, ya que, en su familia, por diversas causas, no podían atenderla.

Nos bajamos del coche, llamamos a un timbre, y nos abrió una mujer de aspecto lúgubre, con voz de monja de clausura, que nos llevó a una sala de espera, en la que no sólo estábamos nosotras, esperando a la abuela de mi amiga, sino los ancianos que esperaban a sus familiares a que vinieran a verlos o recogerlos, ya que era domingo.
Esas caras se me fueron grabando una a una, fue un momento que me marcó para siempre, porque por muy bien que lo adornaran, y por mucho maquillaje que le echaran al lugar, no dejaba de ser un depósito de ancianos, o lo que es lo mismo, un asilo de viejos, como se le conocía hasta que hace poco el estilo de vida que llevamos y los valores de nuestra sociedad actual, le cambiaran la denominación.

Pero lo que más me impactó, fue que cuando salí al porche, por no poder aguantar la mirada de tristeza de esas personas, ver a un anciano, en su silla de ruedas, todo arreglado y alegre, que no pudo esperar dentro por la emoción de ser domingo y tocarle reunión familiar, y cómo se le fue transformando la cara, el gesto; y presenciar cómo lo recogieron y llevaron otra vez a la habitación, porque como tantos otros domingos, nadie vino ni a verlo, ni a recogerlo.
Y en ese mismo instante, a otro anciano, que dejaban allí, porque ya había acabado la jornada dominical, y claro, ya no entraba en los planes de su familia. Éste aún estaba más mermado físicamente, porque iba en silla de ruedas también pero le faltaban sus dos miembros inferiores.

Ya no pude más. Me fui directa al coche y cogí mi libreta, que me suele acompañar casi siempre, porque me gusta anotar las cosas que me impactan, y escribí, de golpe, sin pensar, sin premeditar, lo que sentí, lo que había hecho que ese domingo se convirtiera en uno de los peores de mi vida.

“ He visto a un hombre reducido a un tronco, sin piernas, mutilado por el hacha del dolor; un trozo de carne difícilmente desplazable, pero sin duda, con cerebro, alma y corazón.
He visto a un hijo festivo y acompañado, recoger ese pedazo de vida para airearlo en cualquier rincón; y he visto unos ojos invadidos por el llanto al verse de nuevo sólo, en su habitación.
Ese tronco, tiene vida, siente y recuerda…, recuerda que fue joven, que fue padre y que es mayor y se da cuenta que cuando un árbol no crece, se hace viejo y sus raíces se pudren, lo cortan, y ya nadie recuerda el tiempo de su esplendor.
¿En qué nos hemos convertido? ¡Cómo hemos podido!
Sentimos la pérdida de una cartera, un cheque, un abrigo…, y en cambio, depositamos a nuestros viejos en un asilo “.

Lo leí, y me impactó tanto, que lo guardé, y supe en ese momento que mi visión de la vejez había cambiado para siempre.

Todo esto por una simple frase célebre, de esas que se encuentran a diario en Internet, pero que te remueven las entrañas. Por eso todo lo que se lee, si se le saca el jugo, tiene algo que decirte.Nuestros mayores se merecen lo mejor, han sido como nosotros, y nosotros seremos como ellos.

2 comentarios:

Caballita dijo...

Cuánto te entiendo...qué bonito!!! un saludo.

Caballita dijo...

Hace mas de un año que te hice este comentario... casualidades de la vida... precisamente estoy fuera de Ceuta por cuidar a mi madre en su casa con todas su comodidades y tranquilidad. C`est la vie!!!! Un saludito!!!

 
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